“Todo acto que resulte o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. Esta es la definición que las Naciones Unidas da a la violencia contra la mujer.
En un análisis realizado a 80 países en 2013 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en colaboración con la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y el Consejo de Investigación Médica de Sudáfrica, se obtuvo como resultado que una de cada tres mujeres ha sido objeto de violencia física o sexual dentro o fuera de la pareja.
Las estimaciones de prevalencia de la violencia de pareja oscilan entre el 23,2 % en los países de ingresos altos y el 24,6 % en la región del Pacífico Occidental, al 37 % en la región del Mediterráneo Oriental y el 37,7 % en la región de Asia Sudoriental.
Las consecuencias de la violencia contra la mujer pueden ir desde lesiones físicas leves, trastornos psicológicos como ansiedad, insomnio y depresión, hasta suicidio u homicidio.
En el Ecuador, a partir de la promulgación del nuevo Código Orgánico Integral Penal (COIP) el 28 de enero de 2014 y su entrada en vigencia 180 días después, se introdujo el concepto de Femicidio con una pena privativa de libertad que puede ir de 22 a 26 años.
El Femicidio fue conceptualizado por primera vez por Ana Rusell, activista y escritora feminista en los años 70. Ella lo define como “los asesinatos realizados por varones motivados por un sentido de tener derecho a ello o superioridad sobre las mujeres, por placer o deseos sádicos hacia ellas, o por la suposición de propiedad sobre las mujeres”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Censos del Ecuador (INEC) desde su tipificación hasta 2017, 244 personas han sido víctimas del delito.
Frente a ello el papel de la academia resulta fundamental, no solo en procurar una educación que promueva la igualdad entre hombres y mujeres, sino impulsando programas e investigaciones que aporten con la erradicación de este problema.
En este sentido, la Institución a través de su Unidad de Bienestar Universitario mantiene una campaña constante de prevención de la violencia, mediante charlas informativas.
Cecilia Solís, psicóloga de esta Unidad explica que lo que se busca mediante las constantes campañas es “sensibilizar a la comunidad universitaria e incentivar el autorrespeto y la conservación de la integridad física y psicológica”.
Solís indica además que el Área brinda acompañamiento a quienes refieren o se encuentren siendo objeto de algún tipo de violencia, esto con el fin de procurar su bienestar y evitar una posible deserción universitaria.
Por otra parte, y como recomendación importante, Solís invita a la comunidad a ser observadores y comunicar en caso de conocer sobre alguna situación de violencia.
“Observemos el comportamiento de las personas que nos rodean, una mujer que está siendo objeto de algún tipo de violencia puede ser fácilmente identificada por los rasgos que presenta”, indicó, refiriéndose a la baja autoestima, falta de iniciativa, desmotivación y aislamiento, características por las que, según la psicóloga, es posible identificar a una víctima.
La violencia de género afecta a una de cada tres mujeres, según estimación de la OMS. Tiene su origen, de acuerdo con estudios realizados, en la imposición de un estereotipo desde la primera infancia en el seno familiar, modelo que es impulsado por factores de riesgo como antecedentes de violencia y bajo nivel de instrucción.
En el área de investigación, la psicóloga Gloria Solís Beltrán, docente de la UNEMI publicó un artículo referente a factores de los procesos educativos que inciden en la violencia de género.
En el artículo titulado ‘Desigualdad de género en procesos educativos incidente en violencia contra la mujer’, la docente sostiene que “los sistemas educativos pueden contribuir con la igualdad de género en lugar de sostener las desigualdades”.
“Se debe trabajar en un aspecto preventivo, en la identificación de la raíz del problema y enseñar a las futuras generaciones que la educación es prevención”, enfatiza la profesional de Psicología y magíster en Gerencia Educativa.
En el artículo mencionado, Solís concluye que la violencia de género está enraizada en las desigualdades estructurales entre hombres y mujeres. Además, es la causa y consecuencia de la desigualdad de género, incorporando una variedad de crímenes y comportamientos incluyendo el abuso físico, emocional, sexual, psicológico y económico.
Por esta razón, la docente universitaria califica como “indispensable” profundizar en el tema de equidad de género, con la finalidad de poder establecer los parámetros que inciden en el deterioro de las familias, en especial los índices de violencia y maltrato físico y psicológico de la mujer.