Una educación más justa e igualitaria
Para el sentido común, el feminismo es sinónimo de machismo y en ocasiones se suele asimilar el enfoque de género con “ideología de género”. No obstante, la función inversa de estos conceptos, que se desglosa en múltiples categorías, conlleva a asumir de forma errónea sus posibles significados. Para entendernos mejor: el primero corresponde a un movimiento político, una corriente de pensamiento y una forma de vida; mientras que el segundo sugiere el abordaje epistémico, teórico y metodológico de fenómenos relativos a las desigualdades de género en las ciencias sociales.
En ese sentido, conviene hacer dos distinciones. Primero, el feminismo es un movimiento social o, mejor dicho, la suma de colectividades específicas que conforman una identidad compartida. Entonces, como se trata de un campo de lucha, debe remitirse, necesariamente, a organizaciones y activismos; mientras que el enfoque de género nos permite enmarcar distintos procesos y prácticas sociales según el modelo de interpretación de la igualdad, de la diferencia o la interseccionalidad que elijamos. Es justamente aquí donde la educación es la vía.
Quienes creemos en sociedades más justas e igualitarias apostamos por incluir el enfoque de género en diversas esferas de representación y el lenguaje es, sin duda, una de ellas. “Nombrar las cosas” tal como se presenta en el debate de los lingüistas estructuralistas y el interaccionismo simbólico, confronta la arbitrariedad del signo sobre la atribución de significados que permiten construir la realidad social. Si la representación es el objeto de significación por parte del actor a través de su capacidad de “habla” para los estructuralistas, entonces el componente cognitivo de la conciencia práctica da lugar a la experiencia del mundo en que vivimos afín a la cristalización de nuestras convicciones.
De modo que, el enfoque de género es un esfuerzo por resemantizar, reconstruir y reestructurar la familia, la sociedad y la universidad a partir del centramiento del sujeto. Sí, nosotras: que, a pesar de contar con hartísimos derechos, todavía tenemos brechas estructurales de las que hacernos cargo colectivamente. He allí la paradoja resuelta: el feminismo no se puede disociar del enfoque de género porque el uno conlleva inmediatamente al otro, lo que además se inscribe perfectamente en el proyecto político de universidad, se defendieron los reformistas cordobeses: a saber, investigación, vinculación, extensión y libre cátedra con el compromiso del cambio social.
En medio de todo esto, es importante que dicha relación con la igualdad no quede en el vacío y menos aún que se tergiverse. Lo primero es empezar a conocer las distintas corrientes del feminismo, ya que no todas son radicales. Lo segundo, sería aplicar el enfoque de género en nuestras aulas con los recursos y las herramientas que tenemos a disposición. Por último, dos retos: en las relaciones laborales urge nombrar a las compañeras e identificar sus potencialidades (en eso debemos reconocer que la universidad realiza una importante labor), generar insumos para el debate y abrir espacios de formación para todas y todos. En lo académico, debemos ejecutar proyectos de investigación al respecto.
La suma de cada una de las partes, es, apenas, un pequeño paso de los cientos que podemos dar “a hombros de gigantes”. Para hacerlo posible: comencemos por entender: qué es el feminismo, qué es el enfoque de género y de qué manera nos ayuda a construir una educación de calidad, más justa e igualitaria.
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